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Esta nota fue publicada en inglés en este blog el 31 de enero, 2013. Les agradezco a Alex Bratkievitch y Marcelo de León por la traducción.
Estas seis semanas desde que mi esposa, los niños y yo nos mudamos a Montevideo por nueve meses han sido como un torbellino. Encontramos un apartamento, nos mudamos, y empezamos a buscar cosas como sábanas, juguetes y un escritorio con el que transformar el servicio, o sea el cuarto de la empleada, en nuestra Central Mundial (también conocida como la oficina). Disfrutamos del tiempo con amigos y parientes. Visitamos el futuro jardín de nuestro hijo y le amortiguamos el golpe de la transición con nuevos placeres como chapotear en el Río de la Plata o subirse al Gusano Manzanita en el Parque Rodó. Caminamos por la ciudad por horas con la beba a la espalda. En una feria encontramos revistas de hace 100 años, invalorables como material de consulta para la novela que estoy escribiendo. Y trabajamos como burras produciendo el documental que nos trajo acá para empezar.
La película se llama Afro Uruguay: Forward Together (pueden ver un tráiler aquí o al final de esta entrada). Mi esposa, Pamela Harris, recibió una Beca Fulbright para pasar nueve meses acá, dirigiendo y produciendo esta película sobre los afrouruguayos, su cultura, su historia, su música y los esfuerzos por superar su situación. Hace ocho años que trabajamos en esto, un verdadero proyecto de amor. Me honra ser la coproductora de esta película, lo que en realidad significa que soy una voluntaria que ayuda como puede. Realmente no tengo talento para los aparatos electrónicos pero por lo menos ya aprendí a monitorear el sonido sin sentarme sobre el equipo. Uso unos auriculares grandes, traduzco, hago entrevistas, llamadas, traduzco un poco más, sigo a la gente, escucho. Sobre todo escucho. Estoy descubriendo que el papel del documentalista es de presenciar, profundamente. Y acá hay tanto para presenciar, tanto que merece ser contado…
Dos días antes de que llegáramos al país, una joven afrouruguaya, Tania Ramírez, fue severamente golpeada en la calle por cuatro mujeres que la llamaron “negra sucia”, entre otros epítetos racistas (pueden leer más sobre este incidente aquí). A Tania le perforaron el hígado, entre otras lesiones; estuvo hospitalizada por un mes, y todavía está en recuperación. Tania también es una activista y respetada figura pública, y durante el mes pasado el caso hizo titulares, llenó las ondas de radio, e indujo a la nación a hablar sobre la raza. Ayer nada más {el 20 de enero}, el juez dio el veredicto para tres de las agresoras: las declaró culpables, pero no llegó al punto de decir que el ataque había sido un incidente racista o crimen de odio.
Pam y yo hemos estado siguiendo el caso, desde adentro. Aún no quisiera entrar en detalles, por respeto a la gente con la que estamos trabajando, pero sí les puedo decir esto: el martes estábamos afuera del juzgado con los seres queridos de Tania mientras ella declaraba adentro (en el sistema legal uruguayo, a los seres queridos no se les permite entrar con ella, lo cual, desde mi perspectiva de ex-consejera para casos de violación, me parece cruel e inusual). Estábamos paradas con ellos bajo el calor opresivo del verano, apiñados a la sombra del gran Teatro Solís. Filmamos, escuchamos, esperamos. A media cuadra estaban un grupo de los amigos y parientes de las acusadas y otro grupo de hombres con unas cámaras grandes. Eran periodistas de televisión. Miraban a la gente de Tania, los filmaron de lejos, pero no los entrevistaron. Ni. A. Uno.
En el informativo de la noche, la madre de una de las perpetradoras apareció, entrevistada en la calle, a unos metros de nosotros. Despotricó y despotricó, defendiendo a su hija y lo que ella llamó una simple “pelea callejera”. El informativo le dio casi dos minutos. Mostraron imágenes de la gente de Tania, pero no les permitieron que se expresaran. De ver el informativo, uno pensaría que los seres queridos de Tania no querían hablar con la prensa.
Pero yo estaba ahí, yo lo vi. A los seres queridos de Tania no les preguntaron. Todos los principales canales de televisión estuvieron ahí, pero las únicas que entrevistamos y filmamos a la gente de Tania en ese día en concreto, el primer día del juicio, fuimos Pam y yo.
El nuestro es un proyecto a largo plazo, y va a llevar un año o más para que esas secuencias lleguen al público. Mientras tanto, el tema de la raza en Uruguay es tan complejo y exasperante que podría partirme el corazón. No puedo decirles la cantidad de veces que escuché a un uruguayo decir que acá no hay racismo. Y que acá no hay gente negra, que “esta es una nación de europeos”. Estos son elementos esenciales de la autodefinición de la nación, mantras culturales, y los que los dicen frecuentemente son bienintencionados, amables e incluso progresistas. Es cierto que la pena que siento es personal, como uruguaya casada con una mujer negra, con hijos multirraciales a quienes les deseo la libertad de expresar tanto su negritud como sus raíces uruguayas; pero esta situación nos debería dar pena a todos. La desigualdad nos hace daño a todos, aunque sea de forma diferente.
Quiero algo diferente para este país lindo, idiosincrático, querido. Quiero que sea capaz de quemar su propio racismo y resurgir de las cenizas. Es posible que la confusión y los indignantes desmentidos y las omisiones en el diálogo sobre el caso de Tania sean parte de esa quema; me gustaría pensar que lo son. Las reacciones negativas generalmente son una indicación de que un movimiento está avanzando. Lo hemos visto una y otra vez en los Estados Unidos, con el movimiento feminista, los derechos de las personas gays y la lucha por la justicia racial. Por supuesto, en los Estados Unidos todavía vivimos esas reacciones adversas, pero ellas no han detenido el avance. Por el contrario, a medida que esas voces retrógradas se convierten en anomalías, nos muestran cuánto hemos avanzado.
Hoy, en Uruguay, hay suficiente nafta para el optimismo. Las ondas de radio y los programas de entrevistas y los pasillos de los supermercados están llenos de conversaciones sobre raza. Uruguayos tanto negros como blancos me dicen que no recuerdan que se le haya prestado tanta atención al tema antes. Aunque hay detractores, también es cierto que muchas, muchas personas están indignadas por lo que le pasó a Tania y hablan de tener más conciencia, respeto y justicia racial.
Y, en las últimas semanas, La Casa de la Cultura Afrouruguaya ha causado sensación con una campaña altamente mediatizada para persuadir a la Real Academia Española de que elimine el lenguaje racista del diccionario (un inspirador comercial lleno de famosos lo pueden ver aquí). Las dos noticias son distintas pero se han fundido en el imaginario colectivo, a menudo mencionadas en la misma frase, atizando el mismo fuego.
Uruguay, mon amour, seguí avanzando. Sos incomparablemente encantador, una pequeña joya escondida en el gran cofre de tesoros que es América. Tenés una rica y peculiar historia de movimientos e ideas progresistas. Sos extraño, gruñón, tenés un gran corazón, nadie te iguala en fútbol, mate y usos para la mayonesa. Y sin embargo, como tantas naciones, también estás lleno de un racismo que es el legado directo de siglos de trata de esclavos y colonialismo y silencios que, a pesar de toda su fuerza, pueden ser quebrados, mon amour, mi amor, my love. Vamos a quebrarlos juntos. Aspiremos a hacer un Uruguay mejor, más luminoso, para todos.
Este es un clip de cinco minutos que hicimos el año pasado de nuestra película en desarrollo: